domingo, 31 de agosto de 2008

La hierba y la muerte
tienen una relación extraña
con los símbolos sumatorios
y con el número cero,
hay que separar los círculos cerrados del origen
y tragar algunos granos de cal
para entenderlo.

Me parece muy interesante
la disección de la roca
por parte de un niño con espada,
pero yo tengo un espejo
y soy afortunada por ello en esta noche
en que el mundo despierta
sobrecogido por la presencia de algunas
gargantas subterráneas en su carne.

Yo las contemplo desnuda sobre mi piedra,
y pienso en la última vez,
entonces
había un agujero en la pared,
y desde allí podía escuchar los gemidos secos
que llegaban como bocanadas de aire blando.

A cada golpe de aliento
se calcinaban las pocas flores que quedaban
y la hierba palidecía.
Pasaba que aquellas gargantas-tubo
nunca habían conocido el azul,
y todos corrimos cuando vimos
la lengua de fuego devorando a los caballos
y a las vacas de la montaña.
Algunos niños todavía pequeños
echaron a volar conmovidos por el espectáculo
de los animales flamígeros
mientras que sus madres gritaban enloquecidas
y lanzaban puñados de arena al aire para detenerlos.
Nunca supimos como habían salido las tuberías
de su subsuelo estremecido,
pero los hijos no volvieron a la tierra
y las madres continuaron lanzando
puñados de arena al aire hasta quedar ciegas por el polvo.
Sin embargo yo tengo un espejo,
y soy afortunada por ello
ahora que las cabezas de las bestias vuelven a incendiarse
y los niños todavía pequeños echan a volar.

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